Poco a poco iremos descubriendo todos los materiales a
nuestro alcance para desarrollar nuestro trabajo. Con sencillos materiales,
podemos hacer grandes obras de arte. A veces en lo más básico está la magia,
solo tenemos que mirar y ver.
Un lápiz, un bolígrafo, la plumilla, grafito en barra,
rotuladores, portaminas, barras de conté, ceras, pasteles, carboncillo... Todos
tienen sus cualidades, su magia, unas características muy particulares que
pueden ser mezcladas entre sí.
Lo mismo sucede con el soporte. Podemos aprovechar trozos de
maderas con sus fantásticas betas, DM, cartón y por supuesto el abanico de
papeles maravillosos que hay en el mercado. Cartulinas de colores, papel con su
amplia gama de blancos, papel reciclado… Grano fino grueso, satinado…
Llevar un cuaderno de dibujo, aunque sea pequeño, y un lápiz o
bolígrafo en el bolso o bolsillo es una buena costumbre. Sentados en un parque
o cafetería o en cualquier calle nos acostumbramos a observar y plasmar lo que
pasa a nuestro alrededor. Esa planta, árbol, ese niño que juega, gente
caminando, alguien que espera, esa maleta o mochila, etc. Breves insinuaciones
serán suficientes… Y poco a poco serán más completas.
Un bolígrafo, portaminas y rotuladores son ideales para no
tener que sacar punta cuando el sitio no es cómodo para ello.
Esas páginas irán construyendo nuestro cuaderno de viaje. Cuantos más cuadernos
hagamos, más ágiles estarán nuestros
ojos, mente y manos para captar la esencia de lo que queremos expresar. Esto
para mí es disfrutar del camino. Nuestras metas están en esa piedra, esos ojos,
esas manos, esa tela, esas huellas, colores, sensaciones… Todo podemos plasmarlo si miramos con los
ojos del corazón. Notaremos que ese trazo no es frío ni estático, sino que
tiene vida, alma y movimiento. Es recomendable poner fecha y hora de
realización y pequeñas anotaciones del ambiente, aromas, luz, sensaciones, etc.
Así lo podremos revivir cuando se repasemos los apuntes.
Aún recuerdo la primera vez que cogí un bolígrafo. Un Bic
azul. Tenía seis años y acostumbrada a un lápiz áspero y a una plumilla
despuntada con el tintero en el pupitre, tinta azul de poca intensidad, con
escritura no uniforme y desteñida, la sensación de cómo ese bolígrafo que tenía
en mis manos se deslizaba por el papel fue para mí un mágico descubrimiento.
Tinta constante, suave, trazos uniformes… Y expresé “¡qué finito!”
Desde entonces, no he dejado de buscar nuevas sensaciones y
probar distintos materiales para crear.
Recordatorio:
…se aprende haciendo…
Un afectuoso saludo
Manuela Masago